martes, 28 de julio de 2015

El zorro en el camino, una historia real de Ana García Castellano

"Esta mañana, como muchas mañanas, salí a dar mi paseo matutino por los encinares de Hoyo de Manzanares. Me suele acompañar el canto de los carboneros desde las ramas, el vuelo rápido de los vencejos y las golondrinas, o la presencia lejana de los buitres sobrevolando el Picazo. He descubierto ardillas, incluso alguna víbora. En una ocasión, muy temprano, cruzó ante mí una recua de jabatos siguiendo a su madre. Y una tarde contemplé con asombro una avispa gigante arrastrando una enorme tarántula. Luego leí que la entierran en el nido, para desovar dentro de ella, y así proveer de alimento a las avispas recién nacidas. Historias de la naturaleza.
Estos encuentros me conmueven. Es como si el mundo secreto que se desarrolla a nuestras espaldas, mientras bajamos a la piscina o chateamos en el bar, de pronto me saliera al encuentro. Como si quisiera recordarme que eso es más real que cualquiera de nuestros “wasapos” por la red.
El resto del camino lo paso intentando descifrar el mensaje secreto que quieren desvelarme estas inesperadas coincidencias.
Pero esta mañana me encontré con un compañero singular. Un zorro. Joven. Posiblemente despistado por su inexperiencia, se cruzó en mi camino. Los dos nos sorprendimos. Yo me detuve. Él se refugió entre unos matorrales. Permanecimos quietos, sin mover un pelo. Yo, algo más atrevida, me acerqué a su escondrijo. Él se asomó. Hola, le dije. y dio un respingo. Pero -debió ser curiosidad-, después sacó más el hocico. Me observó desde un lado y otro de los arbustos. Tranquilo, le susurré. Eres un zorro guapo. Llevada por las veleidades electrónicas, enfoqué la cámara de mi móvil y conseguí sacarle una foto. Me reproché tanta frivolidad, pero deseaba guardar un recuerdo del encuentro.
Esperé unos segundos. Silencio. Sí, pensé que mi amigo se había escabullido para siempre. Intenté entonces ver en la pantalla de mi artilugio telemático la imagen capturada. Estaba peleándome con la claridad del sol y la de mi móvil, cuando oí un crujido a mi espalda. al volverme, vi a mi amigo. Me contemplaba fijamente, inmóvil en medio del camino. Tenía los ojos redondos y tiernos, color miel. Su pelo pardo se confundía con el paisaje, pero su cola tupida resaltaba su señorío contra las zarzas polvorientas.
Los dos nos sobresaltamos, pero esta vez entendimos que ambos deseábamos iniciar un silencioso diálogo. Como si de pronto entendiéramos claramente las cosas que son invisibles a los ojos... y comenzamos a escucharnos en el lenguaje en que hablaba El Principito.
Vale, vale, no te molesto. Eso le gustó. Me rodeó pausadamente. Se aproximó y, al ver que yo comenzaba a andar, retrocedió. No, no, le susurré, tranquilo.
Dio un pequeño rodeo entre la maleza y apareció unos metros delante de mí. Desde ese momento, él caminaba al costado de la vereda, deteniéndose unos metros delante de mi. Se volvía para mirarme. Me esperaba hasta que yo me aproximaba lo suficiente para susurrarle venga, ya estoy aquí. Y así continuamos un largo trecho. En algunos momentos nos aproximamos tanto que pensé que se iba a dejar acariciar. Pero no extendí mi mano. Simplemente nos quedamos mirando en silencio. En un instante, me sorprendí susurrándole: “Domestícame”. Y leí en sus ojillos inquietos que podríamos intentarlo. Se alejó unos pasos y de nuevo le seguí.
Cuando llegamos ante un muro de zarzas donde se abría un vericueto que sin duda le llevaba a su guarida, me miró por última vez. Se estaba despidiendo. Cuando vi su cola espesa perderse entre la vegetación, dije casi desesperada: no te vayas, domestícame.
Mañana volveré al mismo sitio, y esperaré un rato. Si volviera, sé que sabría distinguirlo entre todos los zorros que hay en el mundo. Y el macizo de zarzas ya no será cualquier macizo de zarzas. Cuando pase ante él cada mañana, adivinaré la presencia de mi amigo. Porque las cosas importantes son visibles con el corazón.
Y me quedé preguntándome si no deberíamos tener un macizo de zarzas en cada puerta, en cada tribuna, en cada esquina, para reconocernos y empezar a domesticarnos los seres humanos".

Ana Gª-Castellano

3 comentarios:

Framboise dijo...

Maravilloso encuentro y maravillosa forma de hacernos partícipes de ello. :)) Eres una "principita" con suerte, Ana.
Tuve un encuentro parecido aunque más breve con una comadreja y unos rayones hace un par de años y te entiendo perfectamente.
Me alegro de estos buenos recuerdos para toda la vida.
Pero mejor que tu amigo no se acostumbre a la presencia humana...no todos miramos con los ojos del corazón.

Anónimo dijo...

Me alegra, Ana, que hayas disfrutado del encuentro. Los animales silvestres suelen ser esquivos, pero a veces la curiosidad y falta de malas experiencias de los ejemplares jóvenes, nos hacen esos regalos. Lo malo es que para ellos es peligroso, no todos los humanos tienen esa sensibilidad de apreciar la belleza y respetar la naturaleza.
Para muchos ese zorro no es más que una "alimaña" dañina y que hay que eliminar y si algo aprecian de él es hacerse un cuello con su piel o disecarlo para presumir de su valentia al cazarlo. Te remito a las noticias de la última semana sobre la cruel cacería de un leon en áfrica a manos de un dentista estadounidense y organizado, al parecer, por una empresa española, que ha puesto una vez más en cuestión un tema tan controvertido como la caza por deporte o diversión.
Ojo con acostubrar al zorro a la presencia humana, al contrario y aunque duela, ante otro encuentro, lo mejor es asustarle violentamente para que nos tema y aumente sus oportunidades de supervivencia.
Un saludo y gracias por compartir tu experiencia.

Anónimo dijo...

El relato más bonito que leído en éste medio. Gracias Ana. Espero que lo hayan disfrutado todos y más sabiendo que es una realidad que tenemos a nuestro lado