El hotel Mercedes y su pista de baile, gestionados por la familia Calderón en Hoyo de Manzanares,fueron lugar de encuentro, descanso y ocio de veraneantes durante mucho tiempo. Así lo relata Pilar García Martín, tras bucear en los
archivos municipales del Ayuntamiento de Hoyo de Manzanares:
“Hacia 1920 Francisco Molero Bermejo, teniente coronel y alcalde de Hoyo en 1923, levantó un refugio de caza en su finca, situada donde actualmente se ubica la urbanización El Cerrillo, que poco a poco fue ampliando hasta convertirlo en chalé familiar. A comienzos de la Guerra Civil en 1936, Francisco, su mujer, su hija Marceliana y sus nietos parten de Madrid y dejan su casa a las autoridades como hospital de sangre. Allí se alojarán, durante un breve tiempo, miembros de la Brigada Internacional Garibaldi. En 1941 Marceliana, La Nana, regresa con sus tres hijos a Hoyo de Manzanares (sus padres habían fallecido en un bombardeo) y tras recuperar su finca, que había sido requisada, alquila el chalé y parte del terreno a Eugenio Calderón Villarreal que, en 1943, lo convertirá en Hotel Mercedes, nombre elegido en honor a su mujer.
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Pista de baile Calderón
libro Historia Gráfica de Hoyo |
Eugenio Calderón contaba ya con experiencia en la restauración pues desde hacía años regentaba un bar en la capital, cerca de la iglesia de San Francisco el Grande, y durante la guerra se hizo cargo del que hubo en la planta baja de la Casa Tanuchi, en la plaza de la Hontanilla de Hoyo de Manzanares.
Eugenio estaba convencido de que era una buena idea. Había quedado con doña Marceliana para ver el chalé. De tamaño amplio y bien situado a la entrada del pueblo, era adecuado para convertirlo en hotel y tenía suficiente terreno para acompañarlo con una pista de baile durante los agradables veranos hoyenses. Atravesó el paseo de acacias que llevaba hasta la casa dispuesto a llegar a un acuerdo.
En 1943 Eugenio obtiene la “autorización para ejercer industria de hospedería”. Por este documento de Archivo Municipal conocemos datos del Hotel Mercedes como que contaba con once habitaciones y sabemos los precios de algunos de sus servicios: habitación, entre 10 y 16 pesetas; pensión completa, entre 23 y 25 ptas.; desayuno, 3 ptas.; comida, entre 13,50 y 27 ptas., o baño, 3 ptas., todos ellos precios altos para un pueblo como Hoyo de Manzanares. Situado en la calle Madrid, actual Avda. de Madrid, se calificó como “Hotel de segunda clase”.
El hotel Mercedes y su pista de baile únicamente funcionaban durante la temporada de verano y Semana Santa, épocas en las que compensaba el negocio por la mayor afluencia de clientes.
Documento de autorización para la hospedería con las tarifas ( Abril 1943)
Distribuido en dos plantas, en la alta había ocho habitaciones más una sala que servía de dormitorio a los dueños del hotel, con una terraza orientada a la carretera, y en la baja se encontraba el salón comedor con tres grandes ventanales, dos dormitorios y la amplia cocina que daba acceso a una terraza acristalada que ocupaba toda la fachada derecha. También en esta planta estaba el único cuarto de baño del hotel. Esto suponía que todas las habitaciones estuvieran provistas de su correspondiente orinal. La bañera realmente no se usaba para bañarse sino para acumular agua, pues por entonces no había suministro de agua corriente todo el día sino sólo durante unas horas, y la conducción únicamente llegaba a la planta baja, por lo que había que transportarla por medio de cubos a las habitaciones de la planta superior para el aseo de los huéspedes.
En la parte trasera había un porche y un molino para sacar agua del pozo cercano a la zona de la cocina.
Una elegante pérgola conducía desde la entrada del hotel hasta la puerta principal de la finca. La rosaleda que acompañaba la entrada para coches por el lado izquierdo de la finca era parte del bonito jardín del Hotel Mercedes.
Los huéspedes, aunque variados, eran de clase media-alta, estos llegaban atraídos por el aire puro de la sierra y su cercanía a Madrid. Por allí pasaron desde el magistrado que condenó al asesino Jarabo, hasta un matrimonio de maestros llegados de la capital. Había clientes habituales que repetían cada temporada estival, como don Eduardo, sastre de la calle Fuencarral. Era tradición organizar una excursión a la que asistían la mayoría de los huéspedes.
Aprovisionados con comida pasaban el día en la Cabilda o subían a la sierra.